[Planeamiento v21] 13: Medir en tiempos revueltos

Sobre indicadores y el Big vs Little data.

Esta entrada ha sido elaborada por Gorka Cubes, Álvaro Cerezo, Jose Luís Azkarate y Natxo Tejerina

Abordamos hoy dentro de la serie V21 el análisis de la necesidad de (re)formulación de los indicadores de definición y seguimiento de la actividad de ejecución del planeamiento.

A pesar de su generalización, los urbanistas nos hemos quedado al margen de la sistemática de establecimiento de indicadores para evaluar tanto la correspondencia del plan con sus objetivos como los propios efectos de la ejecución del plan. Probablemente esta resistencia sea consecuencia de nuestra relación con los estándares legales, de concepción muy similar pero francamente desafortunados, sobre todo porque en su mayor parte se aplican a ámbitos espaciales concretos sin correspondencia con los objetivos generales del plan y, no lo olvidemos, porque no están orientados a garantizar la calidad del resultado, sino únicamente la del plan (es cierto que para obtener un buen resultado conviene tener un buen plan, pero no es suficiente porque además de un buen plan se requiere una ejecución consistente del plan).

En este sentido, de poco ha servido que la LS07 (actualmente en el TRLSR 22.6) estableciera que las Administraciones competentes en materia de ordenación y ejecución urbanísticas deberán elevar al órgano que corresponda de entre sus órganos colegiados de gobierno, con la periodicidad mínima que fije la legislación en la materia, un informe de seguimiento de la actividad de ejecución urbanística de su competencia, que deberá considerar al menos la sostenibilidad ambiental y económica a que se refiere este artículo.

Los Municipios estarán obligados al informe a que se refiere el párrafo anterior cuando lo disponga la legislación en la materia y, al menos, cuando deban tener una Junta de Gobierno Local.

El informe a que se refieren los párrafos anteriores podrá surtir los efectos propios del seguimiento a que se refiere la legislación de evaluación de los efectos de determinados planes y programas en el medio ambiente, cuando cumpla todos los requisitos en ella exigidos.

Una de tantas disposiciones generalmente inobservadas.

Uno de los padres de la estadística industrial, Genichi Taguchi, propuso un procedimiento para definir la calidad de un producto de manera diferente y más amplia, tomando como base las repercusiones económicas derivadas del no cumplimiento de las especificaciones objetivo. Por tanto, no midiendo la desviación frente a las especificaciones preestablecidas, sino midiendo la repercusión del no cumplimiento y de la pérdida que genera. En este sentido Taguchi definió la calidad como:

La pérdida económica que ese producto ocasiona a la sociedad desde el momento de su expedición, distinta a cualquier otra pérdida ocasionada por sus funciones intrínsecas.

Para Taguchi, la pérdida para la sociedad incluye no sólo el coste de fabricación y el coste de lo que paga el consumidor cuando adquiere el producto, sino también los costes derivados de la imposibilidad de que el producto pueda de cumplir con las expectativas del cliente, puesto que, si el consumidor deja de comprarlo, el fabricante sufrirá las consecuencias al quedar fuera del mercado. Una mala calidad puede ocasionar otro tipo de pérdidas a la sociedad, tales como reducción de prestaciones, costes adicionales y envejecimiento anticipado. Por ello, en el análisis de la producción resulta determinante el seguimiento a ese tipo de consecuencias.


Un proyecto, y como tal el proyecto urbano, es algo por hacer. Pertenece al mundo de las ideas. Es una proyección a futuro de algo que se debe idear, que se debe planificar. Es la recreación de un modelo que trata de anticipar el trabajo que se debe realizar con la base de una idea preconcebida. La concepción clásica del proyecto supone siempre un ámbito temporal concreto y limitado. Sus efectos pueden durar y perdurar, pero el proyecto siempre tiene un inicio y un fin. El Proyecto presupone un aporte de valor al momento inicial de su lanzamiento, o al menos una intención clara de aportarlo. Dependerá lógicamente del éxito de éste.

La concepción del proyecto clásico gravita alrededor de la calidad, entre las limitaciones de tiempo, riesgo, coste y alcance. Pero una cosa es la calidad y otra el valor, y por encima de ambas el aporte del valor. Un proyecto se entiende que dispone de una serie de recursos, de valor original de partida, que maneja y transforma mediante el trabajo, para crear un valor superior al inicial, al que tomamos como punto de partida. De lo que se trata en definitiva es de no sólo prescribir en nuestros proyectos y planificación urbana la forma y manera en la que se deben ejecutar los elementos, como se debe acometer o cada una de sus fases o componentes, si no determinar cuál es el fin y la utilidad que se persigue y cuál es la función que se pretende que desarrollen dichos elementos: su aporte de valor. El valor es subjetivo, propenso a las percepciones y a las nociones preconcebidas. Pero es absolutamente esencial que el valor se mida y cuantifique.

Por ello entendemos que el sistema de evaluación del seguimiento no debe limitarse a los datos cuantitativos: superficie de espacios libres puestos en servicio, número viviendas protegidas ofertadas, superficie de productiva disponible... (a pesar de que supondría un avance notable), ni siquiera su relación con los datos cuantitativos globales del plan puesto que las actuaciones previstas no son un fin en si mismas sino un medio para la consecución de los objetivos del plan en materia de calidad de vida, por lo que la evaluación debe servir para mejorar la capacidad de análisis de la adecuación a los objetivos de los medios dispuestos (podría darse el caso que una ejecución al plan del 100% no procurara la mejora de la calidad de vida en el municipio esperada).

En nuestro marco de los instrumentos de planeamiento podemos identificar tres factores que influyen en el valor:

  • UTILIDAD: ¿Funcionará de manera eficaz y hará lo que se espera que haga? Los proyectos urbanos están concebidos con el fin de dar cabida y apoyo a actividades específicas. La planificación será juzgada como un fracaso si no lo hace de manera efectiva. De este modo, maximizar la productividad de lo que se hace es un componente clave del valor de utilidad en la planificación. La utilidad del plan es de importancia primaria, como lo es su capacidad para llegar al objetivo de forma fiable.

  • INTERCAMBIO: ¿Se puede vender con un beneficio? El mercado inmobiliario y de suelo, está impulsado por el concepto de valor de cambio. Concepto no estrictamente empírico sino confrontado en muchas ocasiones a diferentes nociones de valor entre los agentes involucrados. ¿Cómo cuadrar este valor con la nueva concepción del reparto de costes que no de beneficio? ¿Podemos cuantificar y medir de otro modo?

  • ESTIMA: La estima o factor de bienestar, es un valor primordial. El proyecto urbano debe funcionar (valor de utilidad) y debe generar valor y ser vendible (valor de cambio), pero la importancia primordial es la estima, o factor de bienestar, factor subjetivo de satisfacción de sus ocupantes, de los ciudadanos.

Por otro lado y como dijo Jevons no podemos perder de vista que “el valor del trabajo debe determinarse a partir del valor del producto y no el valor del producto del valor del trabajo. Y el valor depende por completo de la utilidad”.

Jevons expresa un deseo de emancipación tanto de las ciencias naturales como de la ingeniería, pero sin ignorar la necesidad de perspectivas interdisciplinarias para tratar asuntos ambientales. En definitiva, fue un pionero del enfoque moderno hacia la economía ambiental, incluyendo la economía ecológica. Pero la eficiencia no siempre implica un aumento del valor absoluto, ni una mejora energética. Tal y como enunció Jevons en su paradoja: “Aumentar la eficiencia disminuye el consumo instantáneo, pero aumenta el uso del modelo, lo que provoca un aumento en el consumo agregado”. Es decir, es primordial atender al fin último pretendido, superando la eficiencia y aproximando la eficacia, que no son lo mismo.

En tiempos como los presentes, de cambios tan drásticos y rápidos de la sociedad, deberíamos también establecer los mecanismos para adecuar los medios a la necesaria adaptación de los objetivos a las cambiantes condiciones. Con el modelo de planeamiento.v56, esto no era posible porque el plan, en realidad, comporta el reconocimiento de derecho edificatorios de los propietarios de forma casi irrevocable; sin embargo, con el nuevo modelo urbanístico derivado de la LS07, que no reconoce derechos edificatorios, redefine sustancialmente la indemnización por alteración de planeamiento y establece las condiciones para que la prioridad de la acción urbanística sea la defensa de los intereses generales, se abre un escenario en que es perfectamente viable la definición variable de objetivos.

Por lo tanto. ¿De qué nos sirve medir y acumular datos si lo que producimos es inalterable? Si lo planificado no cumple con el fin pretendido, ni articula un modo de solventarlo. En la era del Big Data ni tan siquiera atendemos al Little Data y al principio básico no ya de la eficiencia sino de la eficacia, cuando lo que se requiere es un enfoque mucho más profundo de gestión del cambio. El gran reto para el futuro no es predecir cómo podrían ser nuestros tejidos urbanos, es imaginarlo y dar los pasos necesarios para materializarlo sin poner los fines al servicio de los medios.

Con esta reflexión final nos despedimos hasta septiembre, cuando esperamos volver a encontrarnos, ¡Feliz verano!

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