Simplificación del planeamiento urbanístico: [3] Cambio de paradígma
Para esta tercera entrega de la serie sobre los retos de la nueva regulación urbanística hemos elegido una imagen que permite comparar el marco demográfico de Euskadi de 1976 (año del que data el Texto Refundido de la Ley del Suelo de 1976), de la actualidad y la previsión para 2036 (Fuente: Eustat).
La pirámide de 1976, justifica la opción del
legislador de entonces por los nuevos desarrollos, la expansión de la ciudad
existente. La situación actual, confirmada por la previsión para 2036, es muy
diferente y nos obliga a atender el parque residencial existente que, por
razones biológicas, va a constituir una oferta de vivienda muy significativa en
comparación con la demanda esperada. No sería lógico que nos dejáramos llevar
por la fuerza de la costumbre y continuáramos, a piñón fijo, con el modelo de
nuevos desarrollos como si la estructura demográfica continuara siendo la de
1976.
Como bien sabemos, ni la edificación ni la
urbanización son eternas y el cambio climático nos obliga a adecuar el parque
residencial y las urbanizaciones a las nuevas exigencias, siquiera por su mero
envejecimiento y degradación.
Desde la Ley de Economía Sostenible de 2010, el legislador estatal ha venido advirtiendo sobre la necesidad de intervenir en la ciudad existente para rehabilitar la edificación y, sobre todo, regenerar los tejidos urbanos, recualificando los barrios, por lo que habilita mecanismos para que esa intervención sea factible y equitativa.
Lo primero
es tener un diagnóstico, unos indicadores y un proceso de seguimiento acordes
al objetivo, que no debe pasar únicamente por detectar e intervenir en los
tejidos vulnerables (en muchos casos, irrecuperables), ni en la histórica (que ya
tiene sus vías de gestión), sino en la ciudad mayoritaria, la común, para que
esta no caiga en la espiral de la degradación.
Por otra parte, tenemos que ser conscientes de que
rehuir estas actuaciones para concentrar las intervenciones en nuevos
desarrollos, ahora que la mayor parte de los tejidos existentes llegan al
final de su vida útil y que van a vaciarse, aunque solo sea por razones
biológicas, produciría el conocido efecto donut cuya gestión tiene unos
costes que no podríamos acometer. Es necesario actuar preventivamente para dar
nueva vida a la ciudad existente.
Esto requiere, no solo planificar (y ejecutar) la
puesta en valor de la ciudad existente, sino situar el centro del urbanismo en
el conjunto de la ciudad y concebir los nuevos desarrollos no como actuaciones
autónomas, que son un fin en sí mismo, sino complementarias de la regeneración y al servicio del conjunto. El centro de los planes urbanísticos tiene que
estar la ciudad existente.
Serie SIMPLIFICACIÓN DEL PLANEAMIENTO URBANÍSTICO
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