¿Por qué se insiste en denominar las cosas como lo que no son?

 


No hay duda que vivimos en la época de la comunicación, pero también en la de los mensajes que exijan el mínimo esfuerzo de comprensión. Parece que todo vale, lanzar un titular con un concepto de moda y lo que venga ya detrás, pues importa bien poco.

Pero lo más extraño es que en las esferas más cualificadas se insista, cual juego del trile, en manipular los conceptos y el lenguaje como si ello fuera intrascendente o no tuviera efectos, bajo la escusa de que lo técnico o jurídico no importa. Luego llegan los lamentos, los lloros y las críticas a las resoluciones judiciales cuando les quitan la razón.

¿Cuál es la finalidad de tal pauta de comportamiento?

¿Será que hay vocablos que, como decía Fernando Lázaro Carreter en sus “dardos en la palabra”, son más “chic”, tienen más “flavour”, aportan más “charme” o son más “trendy”?, ¿será que utilizando conceptos existentes pretenden construir una realidad alternativa?, ¿será que se pretende definir una realidad jurídica paralela y ajena a ley, aunque es la misma que habilita su función y competencia? o ¿será que se pretende atribuir una condición innovadora a los mecanismos de toda la vida vestidos de largaterana?

Si fuera una cuestión meramente semántica o dialéctica pues no pasaría de ahí, pero nos tememos que es más que eso, ya que queda mal aflorar que el mecanismo y las medidas son las mismas que siempre y que nada ha cambiado, “subvención” o edificabilidad (como si fueran algo distinto ¿verdad?).

Por ejemplo, ¿Alguien puede distinguir las supuestas actuaciones de regeneración con los antiguos PERI?

Pero que nada, ni nadie, descafeíne el titular y si alguien lo pretende hacer, se desvía el tiro aduciendo que son debates de leguleyos, que además a nadie interesa ¿o sí?

Así que, ¡A regenerar todo el mundo!, aunque regenerar lo que es regenerar, poco o nada…

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