Obsolescencia y sostenibilidad urbana (2/4): La negación del problema y la respuesta tradicional

La constante huida hacia adelante.


Plan de Renovación Urbana del entorno del río Manzanares en Madrid, Fuente: Urban-e, UPM-DUYOT

En el anterior post señalábamos la dificultad de diseñar mecanismos para afrontar la obsolescencia urbana lo que se debe, en gran medida, al tipo de respuesta que damos cuando aparecen los signos de la misma.

En nuestra tradición urbanística, el problema siempre ha estado en el mismo lugar, en los deberes. Unos deberes que han sido arrancados o impuestos (según se mire) en cada versión normativa (v1956, v1992, v1998…). Basta analizar la evolución de los estándares, los sistemas generales, las viviendas de protección pública y el realojo, por poner algunos ejemplos. No obstante, todo el sistema se sustanciaba en el escenario de la primera transformación, donde, no sin pocas renuencias, se veía normal la imposición de dichos deberes (antes llamados cargas de urbanización). Ya que, al fin y al cabo, alguien los afrontaba y, aparentemente, no eran los compradores finales. Eso era así porque a través del proceso de transformación se producía un fenómeno peculiar, la separación del edificio de la urbanización, del entorno que en el que se enclava, el cual le da sentido y del cual se beneficia.

Aquellos deberes se cumplían una vez (no interesaba ni sigue interesando saber por quién, por cuánto y a costa de qué) y milagrosamente ya estaba satisfecha cualquier exigencia futura y para “siempre jamás”.

Pero, como decíamos en el primer post de esta serie, la realidad es tozuda y llega el día que aquello que se transformó, la urbanización, se acaba y se agota.

 ¿Y qué hacemos?

Generalmente hemos adoptado dos soluciones, a cual más insostenible: la que denominamos urbanística (que tiene distintas variantes) y la que podríamos denominar de gasto público.

La urbanística pasa por aplicar aquella máxima de “hacer de la debilidad virtud”. Bajo la presunta necesidad de reordenación se trata conseguir la renovación de la urbanización e incluso nuevas dotaciones ¿Cómo? Tirando de impresora de billetes, digo de cantidades ingentes de edificabilidad o, lo que es lo mismo, la ficción del valor de suelo a actuación terminada (el valor residual del suelo). Lo mismo que la primera transformación pero multiplicnado la edificabilidad al menos por dos (p. ej. véase LvSU 77.2 vs 77.1) y así poder cubrir todos los costes “necesarios”: los derechos de la situación de origen, las indemnizaciones de los no participantes, los costes de reurbanización, los nuevos derechos, los realojos, los márgenes. Un nuevo milagro de los peces y los panes, pero esta vez a través del boletín.

La otra vía que habitualmente se ha adoptado es la del gasto público. Ese capítulo 6 del presupuesto de cada municipio con el cual se acometen las labores de cirugía (normalmente, cirugía estética) y de lavado de cara de cada año.

Pero es precisamente con la descripción de esas dos vías cuando queda en evidencia la insostenibilidad de las mismas o cuando menos la imposibilidad de ser una solución para la escala del problema que tenemos, la escala de amplias bolsas de suelo, de barrios, de ciudades o de territorios.

No existe un universo de compradores suficiente, ni con poder adquisitivo público suficiente para poder renovar de manera gratuita la ciudad ni al ritmo, ni en la cuantía que se precisa (tenemos presente que en esta afirmación no estamos considerando las variables determinantes que son la social y la ambiental, pero nos limitamos a esta cuestión económica). En el lado de los recursos económicos uno se pregunta si los ciudadanos sabemos de dónde salen esos recursos municipales (la verdad es que los circuitos tributarios tampoco ayudan a visualizar la cosa). Pero está claro que no tenemos recursos suficientes para la empresa de la ciudad y resulta paradójico que siempre esperamos que sean otros los que paguen la ronda y las rondas sucesivas.

Por todo ello, necesitamos un cambio de perspectiva, un cambio que abordaremos en el siguiente post.

Siguiente post: El cambio de perspectiva


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