El urbanista que sepa desurbanizar...

... buen urbanizador será. ¿Sabríamos desurbanizar? A nosotros no nos tocará desurbanizar, ¿verdad? ¿O tal vez si?

Esta entrada ha sido elaborada por Jose Luis Azkarate y Natxo Tejerina


Estamos acostumbrados a negar ciertas realidades, está en nuestro ADN: La vivienda nunca baja, la ciudad se expande por su propia naturaleza, vale, la contracción de la ciudad es una hipótesis a considerar, pero a consecuencia de guerras, desastres naturales… que a nosotros no nos van a ocurrir y, de ocurrirnos, serían inevitables y en tal caso, lo último que nos preocuparía sería gestionar la desurbanización.

La cultura judeo-cristiana nos ha enseñado a concebir la historia como un progreso lineal, por lo que no sabemos leer adecuadamente, y menos digerir, los fenómenos que no encajan en esa concepción. Otras culturas ponen el foco en el aspecto cíclico de la historia y están más preparadas para comprender fenómenos que no se corresponden con el paradigma de la progresión lineal.

No estamos preparados para asimilar y gestionar el decrecimiento urbano porque lo natural (pensamos) es que la ciudad crezca mientras no se tope con sus límites físicos. Por ello, cuando nos llegan señales que no encajan con el paradigma no paramos hasta encontrar la causa que permita explicar tal comportamiento contra natura sin tener que cuestionar el paradigma.

Han ido apareciendo noticias de ciudades menguantes en la antigua RDA, destacándose el caso de Leipzig con más de 60.000 viviendas vacías.

Sin embargo, no debemos atribuir este efecto a la reunificación alemana y a los deseos migratorios hacia el Oeste, que cantó en su día Gabinete Galigari. La causa común a estos procesos es la pérdida de competitividad de su industria y el desempleo que conlleva (se estima que en Leipzig se han perdido 100.000 puestos de trabajo). El fenómeno no es extraordinario ni singular, en la segunda mitad del siglo XX, 370 ciudades de más de 100.000 habitantes perdieron más del 10% de su población. Los países que están a la cabeza de ciudades en decrecimiento son Estados Unidos, China, Alemania, Brasil o Italia. En Estados Unidos, han perdido ya más de la mitad de su población seis ciudades que en 1950 se encontraban en el top de las dieciséis ciudades más pobladas.

Por aquí también podemos encontrar datos interesantes sobre pérdidas de población en los últimos cuatro años: en Euskadi resulta anecdótico (la población se ha reducido en muy pocos municipios); sin embargo, en España 6000 municipios han perdido población desde 2011. Puedes consultar los datos aquí.

Recientemente la prensa se ha hecho eco de la desurbanización de Detroit: El programa de derribos es de 70.000 edificios, unos 4000 al año, la ciudad está en quiebra, la Detroit Land Bank Authority subasta viviendas, comprobar los precios de salida está a un solo click.

Crecimiento excesivo = ciudad desordenada

Es una verdad generalmente compartida, que la programación de un crecimiento urbano por encima de la necesidad produce el resultado de que las viviendas no se vendan o los solares no lleguen a construirse, con las consiguientes deseconomías en la gestión de los servicios públicos y despilfarro de un bien tan escaso como el suelo.

Esto lo sabemos todos y en nuestro reparto esquizofrénico de papeles, le ha tocado poner el cascabel al gato al Departamento de Ordenación del Territorio del Gobierno Vasco, en esta ocasión con la Modificación de las DOT derivada de su Reestudio. Tenemos la sensación de que la propuesta es muy prudente, quedándose corta en la limitación de los excesos; sin embargo...

¿Conocéis alguna medida que haya concitado una oposición tan unánime?

Pero, ¿no habíamos quedado que no se debe proyectar más de lo necesario?

¿Qué tienen las nuevas actuaciones inmobiliarias que gustan tanto?

Crecimiento excesivo que se materializa... más nocivo todavía

Y cuando esos procesos de crecimiento urbano innecesario se materializan, ¿Es porque fallaron las encuestas? Normalmente no, como ya se dijo en Euskal Hiria, los nuevos barrios residenciales se llenan a costa de vaciar otros, llenamos los nuevos polígonos industriales vaciando otros, llenando los nuevos colegios que es preciso construir cerramos otros. Estos procesos concentran a las jóvenes familias en los nuevos barrios, pudiendo incluso desaparecer del resto de la ciudad, agravando los efectos del envejecimiento de los barrios más vulnerables, restando a su capacidad de regeneración.

El efecto de vaciado de los territorios más frágiles, afecta no sólo barrios residenciales de postguerra o cascos históricos, también de algunos municipios pequeños o desfavorecidos y, pueden desencadenar espirales de degradación que evolucionen a una velocidad que nos sorprenda.

De no reaccionar a tiempo, lo que es previsible, las tradicionales respuestas de planes de regeneración no serán eficaces ni posibles.

Las políticas de rehabilitación tradicionalmente no han tenido un peso presupuestario significativo y tampoco será fácil que en la coyuntura actual se les dote de fondos proporcionales a la dimensión del reto. Con un parque residencial obsoleto de diez millones de viviendas en España y más de medio millón en el País Vasco. Es previsible que las políticas de regeneración lleguen a destiempo y de manera insuficiente. También llegó tarde la L3R.

En escenarios tan poco deseables como estos, serán precisas finalmente políticas urbanas más radicales de desurbanización y decrecimiento de las ciudades. Como en la antigua Alemania oriental o como en Detroit. Una práctica del urbanismo que hoy difícilmente imaginamos en nuestro entorno, pero que al realizar el seguimiento de los casos que se han puesto en práctica en el mundo, nos permite al menos formular preguntas diferentes.

Un antecedente que tal vez deba ser recordado es el programa del Gobierno Vasco en las décadas de los 80 y 90 del pasado siglo para el derribo de las ruinas industriales posteriores a la crisis económica de finales de los 70.

Con todo, lo más preocupante es que aun no hemos dejado de crecer. No hemos aprendido apenas ninguna lección de lo sucedido tras el estallido de la burbuja inmobiliaria a partir de 2007. Conforme hemos rescatado a las cajas de ahorro y empieza a fluir el crédito con la nueva política monetaria del BCE, la Sareb, el banco malo, intenta materializar el mayor número de antiguas expectativas frustradas de negocio inmobiliario. Los bancos hacen lo propio con las promociones más saneadas que mantenían en libros, tras las quiebras de las promociones inmobiliarias y los embargos posteriores. Hay brotes verdes. Seguimos creciendo. ¿A costa de qué? ¿La sociedad puede permitirse el coste de que los actuales propietarios de suelo hagan caja?

Por si no fuera poco, hay más burbujas inmobiliarias ocultas, que afectarán también al desarrollo urbano de nuestras ciudades. Es por ejemplo la que corresponde al suelo industrial urbanizado (o pendiente aún), promovido por las distintas administraciones públicas españolas. Hay mucho suelo por comercializar, que generará una tendencia para deslocalizar muchas actividades industriales y económicas de los tejidos urbanos más consolidados, generando vacíos adicionales.

Qué hacer?

La primera acción parece obvia: dejar de negar los costes de los crecimientos desordenados y del abandono de barrios y polígonos.

Reorientar los indicadores urbanos y los sistemas de información para que faciliten la observación de los  síntomas de vulnerabilidad y declive que se pudiesen producir en nuestras ciudades y territorios, interpretarlos adecuadamente y actuar con la necesaria anticipación. La observación de esos síntomas ayudará a imaginar nuevos modelos urbanos y territoriales que no hagan del crecimiento su objetivo prioritario. Porque siempre es a costa de algo.

Por último y aunque suene un poco conductista, ¿que os parecería incluir en la formación de los urbanistas la asignatura Desurbanización?

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